Al parecer, 400 millones de personas usan powerpoint, el programa de Microsoft para esquematizar información y proyectarla a un público. El instrumento se ha convertido en dispositivo indispensable para encarar a un auditorio. Todo conferenciante que se respete carga su archivo para que una computadora lo descifre y un proyector despliegue sucesivamente sus láminas a la pantalla. He oído también, aunque me resisto a creerlo, que hay universidades en donde se permite el empleo de este distribuidor de láminas en clase. El instrumento tiene su gracia. Permite ordenar información y jerarquizarla de manera gráfica. Ofrece espacio para imágenes de distinto tipo, sonidos e imágenes en movimiento. También entretiene con distintas formas de animación. El título se desliza, el subtítulo centellea, la frase da vueltas hasta que se implanta en el centro de la lámina. Con un clic aparece la tabla de compras, con otro clic el anticipo de ventas. Powerpoint ofrece amenidad al conferenciante más soso y da apariencia de conocimiento hasta al más bobo. Sobre todo, le entrega un escudo para enfrentar el terror del público. Powerpoint permite al disertante clavar la mirada en la pantalla para leer un texto que avanza, sin encontrar jamás los ojos de la concurrencia. El ponente no tiene que distraerse con la reacción de su auditorio. Se cuelga de sus láminas como alpinista a sus cuerdas. Sabe que si suelta el hilo, caerá al vacío.
Powerpoint nació como un instrumento para vendedores. Una tecnología que permitía mostrar sintéticamente información para convencer a los clientes. Es entendible, por su origen, que su fuerza persuasiva no se acompañe de disposición al argumento. Todo lo contrario. El razonamiento apenas sobrevive las instrucciones de su código. Un especialista en la expresión gráfica de los datos ha advertido que powerpoint reduce la calidad analítica de los argumentos que se ofrecen en público. Sus plantillas normalmente debilitan el razonamiento verbal y casi siempre corrompen el análisis estadístico. La crítica es de Edward R. Tufte, un profesor de la Universidad de Yale dedicado al "diseño de información". Su rechazo al artilugio no es simplemente escénico: el viejo evento de la exposición pública convertido en mediocre entretenimiento visual. Más allá esa lacra evidente, powerpoint está generando un estilo de pensamiento esquemático que tiende a despreciar el detalle y la circunstancia, que rehúye la digresión y desatiende los reclamos de la idea. El diseñador gráfico sostiene que powerpoint sirve para enaltecer al presentador más que para comunicar ideas complejas. Acomoda la información de tal manera que la pervierte: su obsesión con las listas y las jerarquías; la tentación de acudir a gráficos innecesarios, la necesidad de romper la continuidad de un argumento con láminas herméticas, el estímulo de avivar al auditorio con gracejadas gráficas simplifica el conocimiento a extremos peligrosos. También rompe el suspenso de un discurso, al revelar frecuentemente el desenlace de una exposición antes de tiempo. Tufte lo dice sin hipérbole. Sostiene que una de las razones de la explosión del transbordador espacial Columbia es precisamente el desarreglo de la información técnica, el ofuscamiento provocado por el equivocado despliegue de información. Y algunos críticos de la Casa Blanca advierten que Bush y los suyos manejan tan insistentemente powerpoint, que se han olvidado de pensar. Puede ser cierto: Una mala arquitectura de los datos impide entender el mundo.
Lord Acton decía que el poder corrompe y que el poder absoluto corrompe totalmente. Hoy hay quien actualiza la frase de un nuevo modo: el poder corrompe pero powerpoint corrompe totalmente. Algo hay de razón en ello: el instrumento altera la forma en que se entiende la comunicación. Powerpoint privilegia la forma y degrada el contenido. La síntesis que demandan las láminas puede ser un estupendo mecanismo mnemotécnico pero es un pésimo lazo comunicativo. En lugar de concebirse el entendimiento como un lento proceso argumentativo que aporta prueba y razón, que atiende los reflejos de un público y que presta atención al detalle, resulta una sucesión de estampas visualmente cautivantes pero intelectualmente huecas. La técnica estanca el pensamiento. Se piensa desde powerpoint, se "argumenta" desde powerpoint y, para desgracia de la humanidad, se escribe también con powerpoint.
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