El berliniano artículo publicado en el New York Times aparece hoy en español en El país.
Podríamos poner a prueba el buen juicio preguntando, a propósito de Irak, quién predijo mejor el desarrollo de los acontecimientos. Pero muchos de los que acertaron al predecir la catástrofe no lo hicieron porque tuvieran buen criterio, sino porque se dejaron llevar por la ideología. Se opusieron a la invasión porque pensaban que el presidente sólo buscaba el petróleo o porque creían que Estados Unidos no tiene razón nunca, en ninguna situación.
Quienes de verdad mostraron buen juicio sobre Irak fueron los que predijeron las consecuencias que luego hemos visto pero también valoraron acertadamente los motivos que había detrás de la acción. No es que supieran más cosas que nosotros. Reflexionaron, como todos, a partir de las mismas informaciones equivocadas y el mismo desconocimiento de la historia de Irak, partidista y llena de fisuras. Sin embargo, lo que no hicieron fue confundir los deseos con la realidad. No pensaron -como sí hizo el presidente Bush- que, como ellos estaban convencidos de la integridad de sus motivos, todos los habitantes de la región iban a verlo también así. No supusieron que era posible construir un Estado libre sobre los cimientos de 35 años de terror policial. No imaginaron que Estados Unidos tenía la capacidad de determinar los resultados políticos en un país lejano del que los estadounidenses sabían poca cosa. No creyeron que, como Estados Unidos había defendido los derechos humanos y la libertad en Bosnia y Kosovo, debía hacerlo también en Irak. Supieron evitar todos estos errores.
Yo cometí todos ésos y alguno más. La lección que he aprendido para el futuro es que debo dejarme influir menos por las pasiones de personas a las que admiro -los exiliados iraquíes, por ejemplo- y dejarme llevar menos por mis emociones. En 1992 visité el norte de Irak. Vi lo que Sadam Husein había hecho a los kurdos y, a partir de ese momento, no me cupo duda de que tenía que irse. Mis convicciones tenían toda la autoridad de la experiencia personal, pero, precisamente por eso, dejé que la emoción me impidiera hacerme las preguntas fundamentales, como ¿pueden los kurdos, suníes y chiíes mantener unido en paz lo que Sadam Husein mantenía unido mediante el terror? Debería haber sabido que en política, como en la vida, la emoción tiende a justificarse a sí misma, y que, cuando hay que tener un criterio político definitivo, nada, ni los propios sentimientos, debe librarse de ser objeto de interrogatorios y discusiones.
El buen juicio en política, al final, depende de la capacidad de ser crítico con uno mismo.
¡Estupendo ensayo! ¡Este texto debería ser obligatorio para todos aquellos que pretenden hacer análisis político! Respetuosamente te sugiero Chucho, a ti y a todos lo profesores de Ciencia Política, que hagan a sus alumnos leerlo y entenderlo. Materia de examen. Va a ser un clásico.
Publicado por: Pedro Aguirre | 06/08/2007 en 02:37 p.m.