Los órganos autónomos son órganos vitales de una democracia saludable. Son, en buena medida, la última pieza de la arquitectura constitucional moderna. Instancias que imprimen serenidad a un régimen naturalmente inquieto, propenso como cualquier otro al abuso. Su funcionamiento demanda un trazo inteligente, un método peculiar para reclutar a sus miembros, una definición precisa de facultades, un marco claro de competencias, un tiempo dilatado de responsabilidad, una muralla sólida frente a las interferencias amenazantes. En síntesis, para fincar la autonomía de de un órgano constitucional se requiere un marco institucional acorde a sus propósitos. Para sostenerla es necesario el respeto de los poderes públicos y el decoro de quienes la representan.
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El problema del IFE es que de entrada se planteó mal la fórmula de integración. Es obvio que si el Congreso elije a los jueces electorales, los partdios representados ahí querrán repartirse el pastel y así la autonomía es falsa y la neutralidad un mito. La solución es o judicializar por completo el proceso electoral, o que los consejeros sean más genuinamente ciudadanos y sean neombrados por un cuerpo ad hoc integrado por instituciones autónomas como la UNAM, los colegios de profesionistas, instituciones académicas serias (esto excluye al Cide y al Colmex) y Ong's respetables (no la de Agüayo, please). Esta última idea sigue, un tanto, el modelo uruguayo.
Publicado por: Pedro Aguirre | 17/12/2007 en 04:04 p.m.
Motín contra el IFE
En algún momento de su historia, los pueblos zarpan del puerto de la tiranía para navegar en el inestable mar de la democracia. Estando ahí, todos tienen derecho a fijar el rumbo y a tomar el timón. Pero si no se siguen las reglas mínimas de convivencia ni se respeta las instituciones, el país queda a la deriva, siendo atrapado por la tormenta de la anarquía. En este caso, siempre aparecen salvadores, quienes llevan la nave a otro puerto de dictadura, en donde queda bien amarrada a una voluntad: la del líder.
En el siglo pasado, nuestro País zarpó del Porfiriato, navegó poco con Madero, entró a la tormenta de la Revolución, atracando en el puerto del priato. La tan citada perfección de esa dictadura consistió en sostener, por 70 años, el montaje de un mar democrático de utilería.
A principios de los 90, empezamos a soltar amarras. Zarpamos en 2000. Ahora, el motín contra el IFE presagia tormenta.
Publicado por: Silverio Perroni | 19/12/2007 en 10:19 a.m.