En su estupendo prólogo a Matar a un elefante, Arcadi Espada resalta un descubrimiento de Orwell: la política y el periodismo son sistemas eufemísticos. Artilugios para trastornar el sentido de las palabras. Dulcificaciones del lenguaje para que no desagraden a ningún paladar; acolchonamiento de las palabras para que nunca raspen: complejos dispositivos del encubrimiento. El cazador de periodistas tiene razón, pero tal vez se queda corto. El ocultamiento de la palabra rasposa no es vicio profesional. Toda plataforma de comunicación está tentada por el eufemismo. No son sólo el reportero y el candidato quienes retocan la verdad y esquivan la palabra espinosa para emplear el término confortable. Todos usamos las palabras como máscara y como bálsamo. Al hablar untamos crema y esparcimos velos.
Una de las herramientas del camuflaje es la manipulación silábica. Las palabras no serán líquidas pero son elásticas. Una palabra puede encogerse, doblarse, expandirse. Un par de letras empleadas como prefijo pueden apocar o ensalzar lo que anticipan. El efecto de ‘post’ sobre cualquier palabra es mágico: la cosa más ordinaria adquiere por efecto de esas letras la profundidad de un misterio académico: la condición postdoméstica merece un seminario y alguna beca. Es perceptible la propensión a prolongar las palabras como si la hinchazón silábica agregara dignidad a quien las pronuncia. Karl Popper habló en algún momento de esa epidemia. Hablaba de esa extraña persuasión de los charlatanes que creen que un esdrújulo cargado de prefijos era certificado de profundidad. Soy demasiado tonto para descifrar esas palabras, decía el filósofo que no cojeaba precisamente de modestia. En esa vena, el filósofo vasco Aurelio Arteta ha hablado de la moda de los archisílabos. Los locutores nos han contagiado su verborrea, como si el resto de los mortales también tuviera que llenar el tiempo con saliva. Hay que colmarse la boca de palabras, de palabras largas. Ya no se trata del blablablá de siempre, sino de un pujante blablablablablá.
Ya no hay método, todo es metodología; se señaliza pero no se señala. Las cosas se complementan para no completarse. Por supuesto, los políticos se posicionan y emiten posicionamientos pero no se sitúan en ningún lado ni adoptan una postura; mucho menos, deciden. Las medicinas han sido sustituidas por los medicamentos. La vinculación ha matado al vínculo y el enjuiciamiento al juicio. Nadie habla de normas, todos pontifican sobre la normatividad. La problemática anula los problemas. Los documentos han desaparecido, ahora hay pura documentación. Gobernabilidad se oye bien, pero gobernación (que bien nos ahorraría dos sílabas) nos suena burocrático. Y el anteriormente ha eclipsado al antes, mientras el pomposo posteriormente ha borrado al prosaico después. Chesterton sugería un ejercicio mental. Como rutina de gimnasia neuronal, uno debería esforzarse en expresar una opinión en palabras de una sola sílaba. Cuando uno adelgaza sus palabras se ve obligado a pensar, decía el gordo de las paradojas. Habría que decir que, en inglés, la comunicación monosilábica encuentra sitio pero, en español, termina siendo bastante fachosa, a menos de que digamos: yo voy al mar a ver el sol.
Otra forma de manipulación silábica es la devoción por los prefijos y el lamentable desprestigio de los sufijos. Ir a la megamarcha del domingo parece un compromiso histórico indeclinable. ¡Claro que voy a ir! Llego a las 7.00 en punto. Pero desmañanarse para desfilar en la marchota no vale ni una pancarta. Construir una megabiblioteca emociona como si se tratara de un proyecto vasconcelista pero levantar una bibliotecota parece lo que es: una tontería mega-lómana. La prensa informaba hace poco que se ha inventado el nanolibro más pequeño del mundo, un libro producido a nanoescala en unos laboratorios canadienses. No parece ser una invención particularmente práctica porque se necesita un microscopio para leerlo y, al parecer, no se pueden doblar las hojas para acordarnos dónde nos quedamos. Lo que es claro es que, si al invento se le hubiera llamado simplemente libritito o peor aún, librititín, nadie habría tomado por seria la chifladura.
Eso me recuerda este pasaje de Juan de Mairena:
Mairena en su clase de Retórica y Poética:
–Señor Pérez, salga usted a la pizarra y escriba: “Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa”.
El alumno escribe lo que se le dicta.
–Vaya usted poniendo eso en lenguaje poético.
El alumno, después de meditar, escribe: “Lo que pasa en la calle”.
Mairena:
–No está mal.
Publicado por: Trujis | 27/03/2008 en 04:48 a.m.
Excelente post. Y segun lo leído en el post hay que comprometerse más con las palabras. Pareciera que al cambiarlas con los ejemplos leídos el emisor no se compromete con lo que está diciendo.
Hay que nivelar para arriba en educación.
muy bueno el post.
Publicado por: locutores | 28/03/2010 en 11:21 p.m.