
En su
ensayo sobre el igualitarismo
, columpiándose entre el recuerdo y el concepto, G. A. Cohen habla de su formación en la "cultura de la convicción." Nacido en una familia comunista, absorbió desde muy pequeño las ideas marxistas sobre el capitalismo y la inevitable revolución que concluiría en la feliz instalación del socialismo. Durante el resto de su vida resonarían aquellos himnos de infancia. Pero el relojero del marxismo también percibía en sí una disposición conservadora. A analizar las fibras de ese impulso interior dedicó Cohen uno de sus últimos ensayos, una exploración de la dignidad del temperamento conservador. En 2004 presentó en Oxford un interesante
documento de trabajo donde habla de su propia inclinación: no la actitud que pretende preservar todo arreglo social sino sólo aquellas prácticas e instituciones que guardan valor. El conservadurismo que dibuja y que suscribe es un escudo contra los cálculos utilitarios, una defensa de cierto sentido de identidad, una advertencia contra el radicalismo.
¿Si eres igualitario, cómo es que eres tan conservador? Algún crítico podría espetarle la paráfrasis. A la recriminación Cohen se adelanta: "Pretender conservar lo valioso no supone ninguna condescendencia frente a la explotación o la injusticia porque carecen de valor."
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