Desde hace algunas semanas Julio Trujillo colabora en el diario La razón. En su artículo del sábado pasado habla de uno de los protagonistas de la ciudad: el tope.
Los topes son el punto cero de la civilización. Son embriones de muros, y nada hay más indignante que esos límites concretos levantados ante el fracaso de la política, es decir: de la conversación. Un tope es el polo opuesto a la conversación, es un grito, una interjección (diría que es un ladrido, pero el símil sería indigno para los perros). Un tope es tan burdo, tan básico, que cualquier adjetivo le queda grande (incluso “burdo” y “básico”). Un tope es un tope es un tope. Un tope es un puñetazo en la cara.
Según mi experiencia, las ciudades mexicanas (algunas) son los únicos lugares del mundo que basan su vialidad en la imposición del tope. Si un español lee este texto, probablemente no lo entienda porque esa acepción de “tope” no ha entrado ni a su vocabulario ni a su vida. Pero mi experiencia es limitada. Habrá otras ciudades que manifiesten su fracaso civil con un relieve de chipotes. Auch: el tope es la vulgaridad del horizonte. Es la interrupción por antonomasia. Es el odiado telefonazo inoportuno. Es el puño infame que tocó en la puerta de Coleridge cuando éste transcribía el sueño de un poema perfecto, del cual sólo alcanzó a registrar un fragmento. Sí, los topes nos fragmentan, nos obligan a desplazarnos en añicos: son el asma de la urbe.
¿Qué pasó con los anuncios rojos que decían sencillamente “ALTO”? Murieron por indiferencia: hoy son los fósiles de otra época. ¿Qué pasó con la dignidad de los semáforos? Los semáforos son los predicadores de las esquinas, y todos comparten el mismo discurso, la misma perseverante letanía: no, sí, cuidado. Son moralistas que antes imponían respeto porque su fe se basaba en el dogma del orden, es decir en la “colocación de las cosas en el lugar que les corresponde”. Toda ciudad es un organismo, un conjunto de órganos y de las leyes con que se rige. Los semáforos son, o eran, el asta bandera de la más evidente realpolitik. Son el lenguaje que nos inventamos —trinitario y cromático, bello en su sabia simplicidad— para funcionar sin estridencia. Idealmente, en una ciudad se tejen miles de diálogos mudos y simultáneos gracias a los semáforos: pase usted, gracias, ahora usted, gracias, cuidado, ahora sí, ahora no. Pero dimos un manotazo en la mesa y nos levantamos, rompimos el diálogo y erigimos el tope.
De acuerdo, aquí parece que si no ponemos una barrera tangible y real nadie obedece a la "ley"..
Publicado por: JDCN | 02/11/2009 en 04:24 p.m.
El tope no es el dialógo roto. Es simplemente un mediador muy serio que penaliza, cual maestro de antaño con su regla, a aquél que demanda voz antes de que el semáforo indique su turno.
P.D. ¿Un diaro llamado "La razón" es un tope a la razón?
Publicado por: Manuel Vargas | 03/11/2009 en 07:57 a.m.
El tope es el reconocimiento del incumplimiento de las normas de tránsito. Refleja una falta de civilidad. Si bien en las clases de derecho el semáforo siempre es el ejemplo de "norma", de "eficacia del orden jurídico", el tope es nuestra realidad. Está presente en los cruces, frente a escuelas, frente a casas donde salir de la cochera es difícil, debajo del semáforo, a un metro de otro tope, etc... Refleja a falta de autoridad en las calles y falta de control al otorgar licencias de conducir. Su costo social es altísimo (gasolina, tiempo, tráfico, frenos y suspensiones inservibles) y su colocación es cada vez mayor. Lo mínimo ahora es pedir dos cosas, una medida estándar de topes, útil para que la gente frene pero benévola con el que lo pasa a más de 2km/h. La otra es, que los pinten la misma noche que los ponen y no hasta que el tope haya provocado más accidentes de los que intenta evitar.
Publicado por: wwo | 03/11/2009 en 01:32 p.m.
Muy de acuerdo con el artículo. En mis sueños guajiros siempre pienso que si fuera yo presidente eliminaría los topes por decreto. Es como aceptar que no podemos ser seres civilizados. Una especie de insulto necesario
Publicado por: Cools | 04/11/2009 en 01:53 a.m.
Plantear la disertación en un plano solamente alegórico es útil. No sé si el tope a final de cuentas sea un invento muy malo por ser una precaución más fiel y sobre todo física a meterse en problemas. Pero de que es una limitante para el desenvolvimiento normal de un ciudadano, que lo subvalora o subestima sí que sucede. Porque ¿a final de cuentas qué es un tope? Es una sobreregulación física que por fuerza impide velocidad a todos, eso sí, independientemente de habilidad: a todos. No importa halla conocimiento cierto de la señalización, o el semáforo, el tope está ahí para frenar o refrenarnos en el posible olvido o intento de pasar por alto un semáforo, o un señalamiento de precaución. ¿Y si eso lo equiparamos a la regulación de empresas? ¿A empresas e incentivos, al nivel parejo para competir sin tratos privilegiados? Entonces por ejemplo encontraremos al tope como burdo intento tramposo de refrenarnos a todos. El tope es un privilegio inverso. Se ponen topes, se pondrán semáforos, habrá señalamientos de precaución, que refrenen a todos sí –física y moralmente—pero habrá igual el acuerdo tácito, bastante perverso, entre élites y poder con regulados para que ciertas entidades salten, pasen por alto, topes o demás supuestos sin sufrir consecuencia alguna. Para que “no sufran” encarecidamente por esa ley de la selva de topes o señalamientos, que no dejan ir como ellos quieren ir, crecer a la velocidad que ellos quieren hacerlo, actuar a sus anchas pues, al fin y al cabo aquí no importa ya valor cívico de reglas del juego o tránsito para todos (a veces tan obsesionados con ellas que a todo ponemos topes físicos entre más sujeciones legales). Aquí lo que importa es el vehículo en sí, la gama de intereses que represente ese vehículo, sobre todo quién lo conduce. No en balde se recomienda una vez se dé cuenta volarse un tope, de haberse pasado un semáforo, o burlado un señalamiento de tránsito, lo que amuela físicamente el vehículo es que frenes, porque por inercia lo peor que puedes hacer para tu máquina es eso, frenar. Mejor es ir de corrido, de paso, no detenerse a averiguar consecuencias de actos ni perjuicios, menos si posiblemente después del tope hay transeúntes o bienes jurídicos seriamente afectados, atropellados. Por eso apuntaba antes que el tope y demás señalamientos resultan algo como un privilegio inverso, porque aquí con la autoridad existe un acuerdo preestablecido –sobreentendido— que no haya consecuencias funestas para conductor y vehículo que se vayan de largo, que atropellen reglas de movimiento o del mercado. Por eso también políticos y gobernantes, que ciertamente van de paso, vieran tener cuidado con los monstruos que crean al chiquear con privilegios u omisiones de las consecuencias de brincar señalamientos de todos a las empresas. No creo se note o lo noten a corto plazo, pero a la larga hay monstruos política y económicamente que pueden crear por ese arreglo de cosas. ¿Qué fue –o es— el ogro filantrópico? Una creatura si no que resultó monstruosa para las personas. Para gobernados, gobernantes, porque les engullía vivas, estando dentro o fuera de la administración pública, dado hacía y acaso hace a todos a imagen y semejanza, a la manera de ‘grandes’ monstruos displicentes y tramposos, soberbios padres y santones de todos, que se traga vivo aquello no le parece, que creó y recrea cierta mentalidad en potencia de pequeño ogro, de loquito encaramados en un tabique llamado poder, o en la parcela o el volante de cada uno. Lo mismo sucede pues con las empresas. No habría que evitar que ciertas empresas ‘sufran’ por el deliberado juego del mercado. Al menos no evitarlo tramposamente otorgando privilegios. Porque esas empresas privilegiadas de ahora (sin brizna de sudor ni esfuerzo al competir) a la larga pueden volverse mañana verdaderos dolores de cabeza, cuasi monstruos acostumbrados a pasar por alto topes, semáforos o demás señalamientos de hoy y del futuro para todos. Aunque lo ideal es no hubiera topes. Lo ideal sería que el conductor responsable y avizor inteligentemente transite quizá más rápido porque sin haberlos recuerde bien que hay o hubo un semáforo a su paso, un señalamiento de tránsito. Nada más democrático que eso: reglas parejas para transitar, para competir con señalamientos oportunos y prácticos, en velocidad según la habilidad de cada uno y para todos. Toque o no en rojo, se olvide o no el sentido preventivo de una señal, en este transito lo que más habría que temer es cualquier vehículo de regresión autoritaria.
Publicado por: Omar Alí Silva Alvarez | 04/11/2009 en 04:43 a.m.
Al Gabriel Zaid no leído, pero que sigue explicando
Plantear la disertación en un plano solamente alegórico es útil. Ignoro si el tope a final de cuentas sea un invento malo, por ser una precaución fiel y física a meterse en problemas. Pero que es una limitante para el desenvolvimiento normal de ciudadano, que subvalora o subestima sí que sucede.
¿Porque a final de cuentas qué es un tope? Es una sobreregulación física que por fuerza impide velocidad a todos, independientemente de habilidad, a todos.
No importa el conocimiento cierto de la señalización o semáforo, el tope está ahí para refrenar en el posible olvido o intento de pasar por alto un semáforo, un señalamiento de precaución. Si esto lo equiparamos a la regulación de empresas, a empresas e incentivos en un nivel parejo para competir sin tratos privilegiados, encontraremos al tope el intento de refrenarnos a todos. El tope como un privilegio inverso. Habrá topes, semáforos, señalamientos de precaución, que frenen a todos sí –físicos, legales- pero igual un acuerdo tácito bastante perverso entre élites con regulados para que entidades salten o pasen por alto topes, demás supuestos sin sufrir consecuencia alguna. Para que no sufran encarecidamente por la ley de la selva de topes o señalamientos, que no permitn ir como ellos quieren ir, crecer a la velocidad que quieren hacerlo, actuar a sus anchas, al fin y al cabo aquí no importa valor cívico de reglas del juego o el tránsito (a veces tan obsesos con ellas que a todo ponemos reparos físicos entre más sujeciones legales). Lo que interesa es el vehículo en sí, la gama de intereses que representa el vehículo, sobre todo quién lo conduce. Por lo que una vez volado un tope, al haber pasado un semáforo o burlado un señalamiento de tránsito, no en balde se dice lo que amuela el vehículo es que frenes, porque en la inercia es lo peor que puedes hacer para tu máquina es eso, frenar. Mejor es irse de corrido, de paso, no detenerse a averiguar consecuencias de actos ni perjuicios a otras cuestiones que no sean tu máquina, menos si después del tope hay transeúntes o bienes jurídicos seriamente afectados. Por eso el tope y demás señalamientos resultan más como un privilegio inverso, porque con la autoridad existe un acuerdo preestablecido, sobreentendido, que no haya consecuencias funestas para el conductor ni el vehículo que se vayan de largo, que atropellen reglas de movimiento o de el mercado. De ahí también que políticos y gobernantes, visto ciertamente van de paso, podrían procurar cuidado con las creaturas que van esculpiendo, vistas las consecuencias de brincar señalamientos del mercado a las empresas.
No creo se note a corto plazo, pero a la larga esa monstruosidad política y económica sucede por un arreglo de cosas. Por ejemplo, ¿qué fue -o es- el ogro filantrópico? Una creatura monstruosa para las personas. Para los gobernados, los gobernantes, para todos puesto les engullía vivas dentro o fuera de la administración pública, dado hacía y hace a su imagen y semejanza a todos a manera de grandes monstruos displicentes, tramposos, con pies de barro, soberbios santones que tragan vivo aquello no les parece, que recrean cierta mentalidad en potencia de pequeño ogro, de loquito encaramado en un tabique llamado poder, en la trinchera o el volante de cada uno precisamente en perjuicio de lo competitivo y humano del sector privado. Lo mismo pues puede pasar con empresas, no habría que evitar que ellas sufran por el deliberado juego del mercado. Al menos no evitarlo otorgando privilegios, dado esas empresas privilegiadas de ahora (sin brizna de empuje ni esfuerzo al competir) a la larga pueden ser un dolor de cabeza, cuasimonstruos acostumbrados a pasar por alto topes, semáforos y señalamientos de ahora o futuros. Aunque lo ideal es no hubiera topes. El ideal sería que el conductor responsable o avizor transite quizá más rápido porque recuerde que hay o hubo un semáforo a su paso, un simple señalamiento de tránsito. Nada más democrático que eso, reglas parejas para transitar, para competir, señalamientos oportunos y prácticos a la velocidad según habilidad de cada uno y para todos, toque o no el rojo del semáforo, se olvide o no el sentido preventivo de una señal, en tránsito lo que más habría que temer es cualquier raudo, cínico vehículo de regresión autoritaria.
Publicado por: Omar Alí | 07/01/2012 en 12:40 p.m.