Avishai Margalit, The Decent Society
, Harvard University Press, 1998
Avishai Margalit, The Ethics of Memory
, Harvard University Press, 2004
Avishai Margalit, On Compromise and Rotten Compromises
, Princeton University Press, 2009.
Hace más de 30 años, Avishai Margalit acompañaba al aeropuerto a su amigo, el filósofo de la Universidad de Columbia, Sydney Morgenbesser. Mientras esperaban el avión conversaban sobre las implicaciones de la teoría de John Rawls. A punto de abordar, el filósofo le dijo a Margalit: no nos hace falta una sociedad justa; nos urge una sociedad decente. La expresión se le metió a Margalit como una larva en el cerebro. No supo bien a bien qué querría decir con aquel calificativo, pero su intuición de la alternativa lo cautivó. Frente a la utópica arquitectura de la justicia, una apuesta modesta: la decencia. Desde entonces, el filósofo israelí ha esculpido una teoría blanda pero poderosa sobre la sociedad decente. A ella dedicó su trabajo más conocido titulado precisamente La sociedad decente.
La decencia parece una noción rancia, un concepto de naftalina para preservar los faldones de otros tiempos, pero nunca para ensamblar una teoría política ambiciosa y pertinente para hoy. Margalit no redactaba en aquel libro un manual de buenas maneras, sino un argumento para pensar el fundamento de nuestros arreglos sociales. Frente a los alegatos por la libertad y la igualdad, el teórico de la decencia construía un fino discurso en defensa de la dignidad. Una sociedad decente es aquella en la que cada uno es tratado como persona; es “aquella cuyas instituciones no humillan a las personas”. La sociedad decente es por ello la única residencia habitable. Bajo este lente, la humillación se vuelve el mayor despojo: el robo de mi condición humana. Humillar es expulsar a alguien de la familia del hombre, es tratarlo como cosa, como máquina, como bestia.
Cuidadoso en el pulido de los conceptos, Margalit busca también iluminar la experiencia concreta. De ahí que aborde distintos dominios de la decencia. En su ensayo se explora, por ejemplo, el alto valor de la privacía. Toda cultura funda refugios libres de la mirada intrusiva. Hasta los esquimales que se ven obligados a refugiarse en grupo dentro de un iglú procuran levantar murallas de silencio y oscuridad. Humillante puede ser también la burocracia que nos trata como tornillos en una máquina empeñada en robarnos tiempo. Humillantes la pobreza y el paternalismo.
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Professor:
Decente. Magnífica aportación, lo agradece un ignorante con (perdón) short attention span y short span--las prisas. Justo es humanamente imposible, decente con esfuerzo se hace posible y una aproximación asimptótica.
Haciendo ingeniería inversa pregunto ¿Será que solo gente decente puede hacer sociedad?
Leyendo Bandit Nation de Chris Frazer, y recordando lo que relatas de la impresión que le dan los Mexicanos a Isaiah Berlin, pierdo las esperanzas y me convenzo del determinismo trágico.
Me siento como el gringo de El Tesoro de la Sierra Madre.
F
p.s. no hay premio al hombre decente, al contrario, eso lleva castigos como el escarnio, ser llamado pen.ejo...
Publicado por: FMGARZAM | 02/06/2010 en 10:06 a.m.