En una entrevista reciente, el escritor Javier Sicilia rechazó que ejerciera poder. “No tengo poder, tengo autoridad,” declaró. Su expresión parece sencilla pero tiene un mundo de fondo y merece algún comentario, y una buena discusión. Cuando pronuncia estas palabras, Sicilia no tropieza con ellas. Si alguien conoce entre nosotros el hondo sentido de la palabra “autoridad” es él y la pronuncia con toda seriedad. Advierto que me inquieta el sitio desde el que pretende hablar porque creo que no embona en la conversación de una democracia. Cuando la autoridad habla, todos los demás debemos callar; cuando la autoridad ordena todos debemos suspender nuestro juicio para seguir su bienintencionada prescripción. La conversación democrática es aquella que renuncia a invocar la autoridad. De ello quiero hablar aquí. ¿De qué hablamos cuando hablamos de autoridad? ¿Quién asigna ese título? ¿Cuál es su sitio en la política democrática? ¿Qué significa esa figura en el mundo de las instituciones, las reglas, los procedimientos democráticos? ¿Es compatible esa voz con la conversación del pluralismo?
La autoridad es una forma de mando que se ejerce, en primer lugar, en oposición a la fuerza. Una autoridad no amenaza: convoca obediencia por representar valores superiores, por simbolizar la razón, por encarnar lo divino. La autoridad no está al frente de un ejército sino en posesión de un símbolo. En ello podría tener razón Javier Sicilia: si es capaz de convocar a los poderes de la república no es porque empuñe una granada. Ha logrado tribuna por lo que ha vivido y por lo que es capaz de decir. Pero la autoridad no se entiende solamente en contraposición con la violencia. El lenguaje de autoridad contrasta también con la sintaxis de la persuasión. Quien ocupa ese sitio no habla para convencer porque no se sitúa en el mismo plano de sus oyentes. La autoridad ocupa un sitial, ese asiento para ceremonias que usan, en ocasiones solemnes, las personas de realce. La autoridad no es tuteable: su dignidad lo separa del común de los mortales. Reconocer autoridad es abandonarse a esa palabra que sólo contiene virtud y sabiduría. De recibir una objeción, se desvanecería. Será inerme la autoridad pero también es irrefutable. Así concibe la autoridad Hannah Arendt en un ensayo dedicado justamente a explorar su sentido. Por rechazar la deliberación democrática, por apelar a lo incuestionable, la filósofa que exploró los orígenes del totalitarismo llega a la conclusión de que en el mundo moderno no hay ya lugar para la autoridad. Arendt no festeja su muerte, pero cree imposible que esa idea subsista en un mundo secular.
La mecánica de la autoridad depende, en efecto, de la fe y de la tradición, ligas que no encuentran acomodo público en la democracia liberal. La fe es asunto privado, doméstico; la tradición no es fuente alguna de legitimidad. Pero basándose en lo pretérito y lo sobrenatural, la figura de autoridad pretende reparar esa liga mística y regresar a un tiempo que se imagina de hermandad. No opina: condena, absuelve, preconiza y pontifica. No es raro que de ahí se piense que dudar de la palabra, discrepar de ella, o incluso diferir el asentimiento equivalgan a actos de traición. La palabra de autoridad debe ser envuelta en silencio aquiescente. La autoridad es un portavoz: no es un egoísta interesado sino el vehículo de lo venerable. Como recuerda Arendt, la autoridad significaba para los romanos la esperanza de mantener la cohesión fundamental de la comunidad. Podía enlazar el presente con el pasado porque los ancianos, esas paradigmáticas figuras de autoridad, podían hablar en nombre de los muertos.
Me llama la atención que alguien se declare autoridad. La figura, si acaso, deriva de un público que escucha de cierta forma a alguien. Los creyentes reconocerán la autoridad del papa, los enfermos, la autoridad del médico. Pero en el ámbito de la política democrática nadie puede autonombrarse autoridad. Decir “soy autoridad” es más vanidoso y más antidemocrático que decir “soy el Estado.” Regreso a mi argumento inicial: democracia es una conversación que no admite argumentos de autoridad. Si es un régimen en donde todo puede ser cuestionado, es el mundo que no acepta invocaciones de superioridad moral, representaciones de lo ultraterreno, mensajes de los muertos. El debate democrático necesita razones, opiniones, argumentos, objeciones, críticas, propuestas. Del hermetismo de la autoridad no brotará nada de eso.
Una excelente obra de análisis, reflexión y claridad. Felicidades!!!
Publicado por: Luis Felipe Vilches | 22/08/2011 en 09:37 a.m.
¡Sería bueno que todos los que SON autoridad y los que así se declaran leyeran su artículo!
Luis Fernandez
Publicado por: Luis Fernanadez Darancou | 22/08/2011 en 10:29 a.m.
El Diccionario de la Real Academia cice: Autoridad: "......3.- Prestigio y crédito que se reconoce a una persona o institución por su legitimidad o por su calidad y competencia en alguna materia...".En este sentido, por supuesto quie Sicilia tiene autoridad.
Publicado por: Norberto Plascencia Moncayo | 22/08/2011 en 10:43 a.m.
Oye Jesús, hasta pensé que tu y Hannah hablaban del arte y arquitectura moderna... Es un buen símil. "...en el mundo moderno no hay ya lugar para la autoridad."
Saludos!
Publicado por: Mario G | 22/08/2011 en 11:07 a.m.
"Democracia es una conversación que no admite argumentos de autoridad." Y en ese absurdo, vayamos deshaciéndonos de todas nuestras instituciones democráticas, que sentido tienen, si no tienen esa potestad 'divina'.
Publicado por: Ibarabuengoitia | 22/08/2011 en 01:12 p.m.
Sicilia dijo:"Tengo Autoridad",No:"Soy Autoridad". Es una lástima que los intelectuales se unan a la "autoridad" institucional, a la "izquierda autorizada", y a la "izquierda legítima" para condenar al Poeta. Pero no es casual. La democracia no existe en el mundo controlado globalmente por los grandes capitalistas. A ellos no les conviene que progresen los movimientos nacidos en la autoridad del dolor, de la esperanza y coraje de la gente común, pero consciente.Por ello combaten al Poeta Autorizado por muchísima gente;los privilegiados por el poder global y los que ambicionan sus privilegios.
Publicado por: Ricardo C Navarro | 22/08/2011 en 01:17 p.m.
Absolutamente de acuerdo contigo, Chucho. Hace ya rato que esperaba encontrarme reflexiones semejantes viniendo de tu pluma en relación a la presencia y actitud de Sicilia. Gracias de nuevo.
Publicado por: Connie Roldán | 22/08/2011 en 01:23 p.m.
Estimado Jesús,
Hay un aspecto de la autoridad que pasas por alto en tu artículo, el aspecto filológico, que me parece más adecuado para entender lo que dijo Javier Sicilia. Desde ese aspecto, la autoridad es,sencillamente, el atributo de un autor. Javier habla de su autoridad no como una forma de mando ni de dominio, sino como coherencia entre su palabra escrita y sus actos. Creo que la autoridad que reclama para sí Javier tiene que ver con el sentido original del término, con su etimología: auctor-auctoritas. Y en este sentido, por lo demás, aprecio en general tu autoridad como ensayista y comentarista político. Te mando un abrazo.
Publicado por: Jaime Moreno Villarreal | 22/08/2011 en 03:41 p.m.
Según el texto, Javier Sicilia dice tener autoridad, más no que sea autoridad.
Mi interpretación de sus palabras no coiciden con la que se le da en el artículo que se comenta. Yo entiendo la autoridad de la que habla Sicilia como legitimidad y ésta como algo o alguien que es genuino.
Saludos.
Publicado por: Carlos Curiel Gutiérrez | 22/08/2011 en 04:29 p.m.
Alguien es genuino, auténtico, cuando es honrado, fiel a sus orígenes y convicciones.
Publicado por: Carlos Curiel Gutiérrez | 22/08/2011 en 04:34 p.m.
Un artículo sumamente deficiente.
Supongo que para usted, señor Silva-Herzog, da igual si un presidente tiene la calidad moral de De Gaulle o la de Bush.
Claro, se entiende: en este país donde todavía se habla con expresiones tan estúpidas como "líderes morales", ya el lenguaje (y la praxis) se han vaciado de todo sentido.
Y así nos va.
Publicado por: Luis A. Navarro | 22/08/2011 en 09:26 p.m.
Javier Sicilia utilizó el término autoridad con el sentido de "autoridad moral", es decir una persona coherente en su conducta y pensamiento. Me pregunto por qué tanta animadversión en contra de Sicilia, cuando el problema que tenemos enfrente es el narcotráfico propiciado en gran parte por la corrupción.
Publicado por: Carlos Romero | 23/08/2011 en 10:44 a.m.
Creo que usted abusa de su autoridad como "crítico político" al tergiversar las palabras y querer hacernos creer en SU interpretación de Javier Sicilia.
Publicado por: Lina Caballero | 26/08/2011 en 03:53 p.m.