Jaime Moreno Villarreal ha enviado a este blog un comentario sobre mi artículo de ayer. Aquí reproduzco su argumento central.
Hay un aspecto de la autoridad que pasas por alto en tu artículo, el aspecto filológico, que me parece más adecuado para entender lo que dijo Javier Sicilia. Desde ese aspecto, la autoridad es,sencillamente, el atributo de un autor. Javier habla de su autoridad no como una forma de mando ni de dominio, sino como coherencia entre su palabra escrita y sus actos. Creo que la autoridad que reclama para sí Javier tiene que ver con el sentido original del término, con su etimología: auctor-auctoritas.
En otro mensaje posterior agrega:
Hay otro aspecto que habría que apuntar, me parece: el concepto de autoridad en la tradición cristiana. Concepto clave para entender cómo se gesta, se mantiene, legitima y difunde la tradición religiosa. Se resume en el tema de la legítima transmisión de una revelación. El papa Ratzinger escribió en otro tiempo sobre esto: autoridad y tradición. En cuanto al significado etimológico, el auctor latino mantiene una doble acepción, tanto de 'creador' como de 'continuador', de modo que el autor es tanto el que crea como el que "aumenta" o "incrementa". Todo autor añade, todo autor renueva las fuentes. En cuanto autoridad, la tradición es una línea de autores. En lexicología esto se expresa, laicizado, en el siempre sorprendente Diccionario de Autoridades, de la Academia.
Jesús:
No te gusta que Javier Sicilia le haya dicho a Carlos Loret de Mola que él no tenía poder sino autoridad. No te gusta porque crees que no se puede tener autoridad sin tener además poder; y, lo que es peor, porque esa autoridad no puede darse sin al menos cierta dosis de autoritarismo, pues el poder de las autoridades no emana de las urnas sino del “dedazo”. Para exponer este argumento, te apoyas en Hannah Arendt. ¿Por qué te apoyas en ella? Pues porque Hannah Arendt tiene autoridad sobre el tema que discutes. Sí, muchísima autoridad. Pero ¿tiene además poder? Está claro que no. Hannah Arendt está muerta, y para tener poder hay que estar vivo —o ser el Conde Drácula, en quien lo diabólico y monstruoso consiste justamente en ejercer un poder de ultratumba. La muerte le ha quitado todo poder a Hannah Arendt, pero no ha logrado despojarla de la autoría de sus libros, que es en donde sigue basándose su autoridad.
De lo anterior no se sigue que la autoridad esté siempre desligada del poder, claro, sino simplemente que puede estarlo. Esta mera diferencia es indicio de que existe más de una forma de autoridad. Una de ellas es, digamos, la del Diccionario de la Real Academia Española, avalada por un rey, y otra muy distinta la del diccionario Webster's, construida por la preferencia de sus lectores (es decir, por la sanción de una comunidad de hablantes, expresada en un prestigio social). No se ha votado democráticamente ninguna de estas dos autoridades, pero no hay duda de que una se impone y la otra se gana.
La frase Sicilia a Loret iba por ese lado. “La autoridad —dijo— es el poder de hacer crecer. El autor hace crecer algo”. Sicilia pone sobre la mesa el significado más estricto de la palabra: autoridad es lo propio del autor. En este sentido, la autoridad es, como dije antes, eso que ni siquiera la muerte puede arrebatarle al autor. Sólo fuera de contexto pueden entenderse estas palabras como una defensa del autoritarismo. Quien vea la entrevista (http://www.youtube.com/watch?v=o_juRlQ_HXU&feature=share ) escuchará la frase en su contexto y verá que, con ella, Sicilia quiere mostrar que el poder lo incomoda. Varias veces ha dejado en claro que él no se ha puesto al frente de la multitud de víctimas y familiares de las víctimas, sino que son éstas las que lo han puesto a él al frente. Esa multitud, que no tenía voz, se reconoce en la voz del poeta, y el poeta le da voz a la multitud (literalmente: cede siempre el micrófono a las víctimas). Es cierto que nadie ha votado por él, pero también es cierto que él no usurpa el lugar que tiene, como lo usurpan en cambio muchos que sí lo han ganado en las urnas. No, nadie ha votado formalmente por Javier Sicilia, pero la confianza que los familiares de las víctimas han depositado en él lo ha convertido en un representante legítimo de sus aspiraciones. Es la cabeza del Movimiento por la paz, pero lo es a su pesar —según ha repetido muchas veces él mismo. En la entrevista con Loret refrenda esta actitud: él no quiere el poder, como lo quiere la mayoría de los profesionales de la política, que nunca son políticos a regañadientes y a su pesar. En esto se ve la diferencia: Sicilia no es un político de la política sino un político de lo político. Eso es tan inusual que muchos de sus críticos no acaban de asimilarlo. Por eso le exigen que entre al redil de los profesionales y juegue con sus reglas (que, si quiere autoridad, se convierta en candidato y la gane en las urnas, aunque esto sea en sí mismo una contradicción). Él, claro, se niega. Sicilia quiere volver del revés la política mexicana. Por eso actúa como no lo haría nunca un político profesional. En sus marchas y mítines, él es el único acarreado.
Publicado por: Francisco Segovia | 25/08/2011 en 11:52 p.m.