Mucho se ha escrito de Andrés Manuel López Obrador a lo largo de más de una década. No hay figura pública que active mayor respuesta emocional en el país. Para muchos es el emblema de una resistencia moral, para otros, una amenaza que no termina de extinguirse. No es difícil comprender por qué sigue siendo una figura polarizante: entre los políticos de aparador, entre los burócratas que gobiernan y legislan, el tabasqueño destaca por ser un dirigente auténtico equipado con pocas ideas pero con una convicción tan tenaz como hermética. El tiempo puede transcurrir, las circunstancias pueden cambiar pero él sigue con la misma idea fija, presente en cada uno de sus discursos, en cada una de sus apariciones. En medio de su simpleza histórica, a la mitad de los lugares comunes del más arcaico nacionalismo, entre su soflama conspiratoria, aparece una verdad del tamaño de un elefante que nadie más que él nombra. Estamos atrapados en un régimen oligárquico. Lo dice Andrés Manuel López Obrador todos los días y tiene razón.
Oligarquía. El clásico lo definía con claridad: gobiernan pocos, pero no los que son mejores, sino los que tienen más dinero. Los asesores de imagen no aconsejarían el uso de la palabra en una entrevista radiofónica. Hablar de la oligarquía podría denotar resentimiento, pesimismo, rencor. No es moderno hablar de esas cosas. Nombrar el gobierno de los ricos es regresar al viejo vocabulario de clase. Mejor trasmitir un video que trasmita confianza en las nuevas generaciones. Mejor difundir un mensaje alentador que anuncie un futuro fragante y colorido. La palabra oligarquía ahuyenta a los moderados, espanta a los centristas; da miedo. ¿Se irá a comer a los ricos el que denuncia su imperio? Mejor darle la vuelta al término y nombrar algunas deficiencias del diseño institucional, criticar a tal o cual partido, cuestionar al gobierno actual o responsabilizar a las oposiciones del atolladero. Vivimos en una democracia, dicen, y por lo tanto debemos rendirle tributo a la ficción de la igualdad política.
No será rentable electoralmente, no se escuchará en la televisión como un término fresco, pero pregunto si puede negarse el impacto político de la desigualdad en la política mexicana. Sería inimaginable que la desigualdad se mantuviera al margen del proceso político. Que levante la mano quien niegue la estructura oligárquica de México. Ya lo sabemos: la igualdad impera sólo durante la jornada electoral. En ninguna democracia esa equivalencia ante la urna es la experiencia política cotidiana. Pero entre nosotros, la desigualdad se magnifica por los abismos sociales y las deformaciones institucionales. ¿Pueden negarse las constantes muestras de servidumbre del poder político, su dependencia de quienes lo patrocinan o intimidan? En congresos y tribunales, en oficinas públicas y en agencias arbitrales impera, como siempre, el poderoso caballero. En los últimos años podemos registrar derrotas del presidente, derrotas del PRI, derrotas de la izquierda. Derrotas de gobernadores, derrotas de presidentes municipales; derrotas del Congreso. Pero, ¿cuántos reveses han sufrido los propietarios de las grandes fortunas del país en estos años recientes? La democracia es el régimen en el que todo interés (sea político o económico) puede ser derrotado. Las élites políticas compiten, ofrecen su proyecto al electorado, se someten a su juicio, reciben la encomienda de gobernar o pierden la confianza del voto. Todo ello se inscribe puntualmente en el manual del proceso pluralista. Pero los gobiernos que surgen de esa competencia electoral parecen incompetentes para hacer prevalecer el interés público frente a la poderosa confederación de intereses económicos. He citado en alguna otra ocasión un dicho de filiación marxista que apareció en alguna manta de protesta en Europa y que me resulta irrebatible: “son impotentes aquellos por los que votamos; quienes tienen el verdadero poder no son electos por nadie.” En efecto: oligarquía.
No sigo, desde luego, la interpretación de esa oligarquía como mafia, como federación criminal que ha confabulado para apropiarse del poder político. Tampoco creo que este fenómeno niegue relevancia al cambio democrático que vivió el país en las últimas décadas. La transformación del régimen político mexicano fue real y profundo: eliminó la concentración del poder en una figura y un partido político e instauró controles institucionales eficaces. Pero mientras el poder político se dispersaba y encontraba límites, el poder económico se fortificó, multiplicó sus alianzas, se insertó indirecta y directamente en el proceso electoral, maniobró hábilmente en los tribunales, capturó instancias de neutralidad. Ningún análisis de la vida pública mexicana puede negar la debilidad del poder político frente a los grandes potentados del país. Quizá la señal más contundente de que vivimos bajo un régimen oligárquico es que casi nadie habla de él.
Se agradece que tú Jesús no hagas el mismo juego sucio de "quedar bien pegándole a Andrés Manuel"...
Publicado por: LuisRicardou | 03/10/2011 en 08:26 a.m.
En cualquier sociedad los empresarios juegan un papel importante. Veamos el caso del Wall Street. ¿Qué tiene de malo que los empresarios participen en política? En una democracia todos tenemos voz y voto.
Publicado por: Paulo Flores Lazcano | 03/10/2011 en 09:08 a.m.
Lo malo no es que sean empresarios, lo malo es que deben tener en cuenta que cuando se gobierna es para todos, y poner por encima el interés nacional, que el particular.. si gana el país también ganará el individuo...
Publicado por: Antonio Sevilla | 03/10/2011 en 10:26 a.m.
Coincido en que López Obrador dice una verdad, pero el problema es que nunca ha presentado propuestas concretas sobre cómo fragmentar o poner a competir a estos oligopolios. El país no crece en buena medida porque lo impiden estos oligarcas, y en ese sentido se tendría que actuar ya. Las televisoras y las telefónicas han chocado por la convergencia de sus tecnologías, no por su afán inovador. Tenemos una economía que ya casi no genera riqueza adicional, pero sí la reparte cada vez de una forma más injusta.
Publicado por: Gerardo Duque | 03/10/2011 en 12:48 p.m.
En efecto, muchos temen llamar a las cosas por su nombre,... nuestra democracia todavía tiene muchas batallas por pelear, creo ella ganará la guerra.
Publicado por: Luis Fernanadez Darancou | 03/10/2011 en 01:16 p.m.
Jesus:
Sorprende que un politologo como tu no distinga entre oligarquia y plutocracia.
Publicado por: Manuel García Rendón | 03/10/2011 en 02:25 p.m.
El lenguaje clasista de Lopez Obrador es pura demagogia, mientras por un lado dice atacar y luchar contra grandes empresarios, por el otro negocia con el hombre mas rico de Mexico y del mundo y el que mas monopolios ejercita en el país. Lo de Obrador es pillar a tontos despistados, todo sea por llegar al poder.
Esta claro que Slim y Obrador tenian una relacion fuerte y que Slim apostaba duro a que ganara Obrador para continuar dominando la economia mexicana.
A como salieron las cosas, gano Calderon y hoy Telmex y Telcel enfrentan fuerte oposicion estatal, el estado ha frenado a Telmex, no permitiendole el triple play, de haber ganado Obrador, no tengo la menor duda que lo contrario hubiese ocurrido y tendriamos precisamente menos competencia en television y en la oferta de comunicaciones.
Pura hipocresia de un lobo populista sin escrupulos vestido de inocente ovejita izquierdista.
Publicado por: Jose Angel de Monterrey | 03/10/2011 en 10:29 p.m.
Excelente punto. Justo la semana pasada me encontré: Hacendados, Campesinos y Politicos: Las Clases Agrarias y La Instalacion del Estado Oligarquico En Mexico, 1869-1876 by DeWitt Kennieth Pittman, Jan de Vos.
Hay mucho que estudiar y discutir.
Vuelvo a preguntar ¿Que es el estado mexicano?
Publicado por: FMGARZAM | 04/10/2011 en 12:50 p.m.
Pamplinas. Es una justificacion perversa aducir esto o lo otro de Lopez Obrador si no tiene el gobierno. Jose Angel, lo que es una politica publica real es el problema de que tenemos un gobierno que solapa la captura de los entes reguladores por todo jugador economico de pe$o y la concentracion de intereses que frena la competencia en television y la consiguiente calidad de contenidos. Amen de la exclusion de pluralidad y enfoques... no es pasar por alto o no a Slim y la concentracion, una mala calidad de los servicios que podrian tener sus empresas, pero es un disparate verlo como el lobo sin reparar en los demas monopolios que esten en linea de competencia o en otras actividades economicas.
Publicado por: teresa valdez gerson economista itesm monterrey | 04/10/2011 en 02:08 p.m.
Acaso no es la aspiración de los partidos, todos, y la de sus candidatos el pasar a ser el grupo controlador y el jefe de la oligarquía.
Publicado por: FMGARZAM | 07/10/2011 en 12:25 p.m.
No, no lo es. Su función es gobernar con límites propios a la democracia, sin pretenderlo todo a un modo o pasar por alto de supuestas minorías. De otro modo se estaría condenado a retroceder una y otra vez por los recambios en el gobierno... una visión hasta hace poco muy latinoamericana del gobierno, nada sajona o sueca si somos idealistas, europea.
Publicado por: ronaldo arias | 08/10/2011 en 06:30 p.m.
¿Entonces la solución es un estado socialista?? ¿Debemos entonces expropiar las estructuras económicas para que el gobierno las controle? Creo que esto suena ya muy viejo, y si los plutócratas de nuestro país son de poco fiar, los políticos lo son AÚN MENOS.
Publicado por: gabriel villalobos | 14/10/2011 en 11:24 a.m.
La natural desconfianza en políticos es algo que viene de siempre y lejos, en cualquier sistema, régimen de competencia habrá políticos, con un tipo de políticos hay que trabajar más no resignarse. Aducir a los políticos como a los partidos como si fueran entidades extreterrestres al propio sistema, a la base de trabajo-análisis, al grupo social, es la eterna cantaleta de puristas elitistas y trasnochados sectarios también puros. Hacer del mohín o el gesto de desprecio subjetivos toda base de análisis y trabajo político es una nada construida, una regla de oro de intelectualidades orgánicas latinoamericanas tal vez. Igual pasa con eso del estado socialista. ¡ Oh ! Gran palabra, rimbombancia utiizable de manera arbitraria e ilógica, sin bases de arrastre reales más no sea en el lápiz o teclado. Los publicistas aquí, para nuestra realidad, se encharcaban ahí. Aducir como la solución al estado capitalista sería la tesis --retórica y politológica-- perfectamente absurda para sacar de balance tal observación recurrente boba. ¿Quién propone y dónde un estado capitalista? ¡Oh pecado! ¿Quién propone y dónde uno socialista? ¡?
Como se ve, en el trascurso del gobierno no hayamos grandes antecendentes malignos a fin de descalificar por socialistas a unos o capitalistas a otros, a nadie, a nadie se le pasa la cuchara tanto en --todo-- eso... Lo que sí hayamos es la pasmosa palabrería de que esto o aquello puede ser socialista, capitalista, una especie de macartismo de análisis. Pamplinas también, o pendejismos culturales de consumo interno de derechas o izquierdas bizcas. El relativismo político y el pragmatismo democrático está ahí, lo demás es fallido pánico interesado.
Publicado por: Yesenia Barrios Herralde | 15/10/2011 en 12:50 p.m.