Viendo por televisión las convenciones recientes, Charles Simic retoma su Mencken para deleitarse con las maravillosas crónicas del periodista de Baltimore. Mencken asistía puntualmente a las convenciones que organizan los partidos para postular formalmente a sus candidatos. Detestaba el espectáculo y, al mismo tiempo, se maravillaba con él. Dice Simic:
A pesar de todo, Mencken acepta que disfrutó muchas confesiones, confesando que había algo ahí tan fascinante como un ahorcamiento. Eran vulgares, feas, estúpidas, tediosas, agresivas a los centros superiores del cerebro y al trasero y, al mismo tiempo, podrían ser encantadoras. Uno podría estar sentado en largas sesiones, decía, deseando que todos los delegados estuvieran bien muertos y en el infierno--cuando repentinamente aparecía algo tan ostentoso e hilarante, tan obsceno y melodramático, tan increíblemente excitante y absurdo que uno podía vivir un año fantástico en una hora. (El regaño incoherente de Clint Eastwood a una silla vacía puede dar la nota). "Aquí, decía, descansa el gran mérito de la democracia cuando todo se ha dicho y hecho; puede ser torpe, puerca, puede ser indescriptiblemente incompetente y deshonesta, pero nunca es triste--sus procesos, aún cuando irritan, nunca aburren."
Últimos comentarios