Después de participar en un programa de la BBC, el poeta Seamus Heaney fue con el actor Stephen Thorne a un pub y luego a cenar. Afuera del restorán encontró, tirado en la banqueta, un zapato de tacón. Heaney lo recogió. Durante la cena, entre la sopa y los postres, escribió un poema dentro del zapato. Thorne le pidió leer lo que había inscrito ahí. “No--respondió Heaney--es para la mujer del zapato.” Al salir, Heaney regresó el zapato al lugar exacto donde lo había encontrado un par de horas antes. Cada vez que Thorne reencontraba al poeta le preguntaba si había tenido noticias de la mujer del zapato. “Todavía no”, le respondía una y otra vez. “Pero uno nunca sabe…”
Las palabras de la poesía eran para Heaney provisiones de memoria y de misterio. Historia y enigma. Escribir fue, para el poeta irlandés, cavar en la tierra. Como su padre y su abuelo cavaban con la pala hundiendo el acero en la arena, él escribió para exhumar. Sujetar la pluma como sus ancestros empuñaban la pala. El nombre con que bautizó la colección más amplia de su poesía no pudo ser más justo: Tierra abierta. Densa textura de lo subterráneo: huesos y maderas viejas, utensilios limados por los siglos, polvo, piedras, raíces, caracoles. Desenterrar las vasijas del neolítico y dar nueva vida a las palabras olvidadas. Somos lombrices: efímeras envolturas de tierra. La ciénaga es el sitio al que va y regresa su poesía: paraje lodoso que protege el pasado bajo tierra húmeda; densa composta de los tiempos; mezcla de lo inerte y lo orgánico, del horror y la esperanza. En sus poemas del pantano, Heaney encontró la metáfora del tiempo, la imagen de la resurrección. Fosas de la Edad de hierro que dejan testimonio de la violencia, la “íntima venganza tribal:” Escribe en “Estirpe”
Amo esta faz de hierba,
sus negras incisiones,
los secretos recónditos
de procesos y ritos;
Amo la primavera
que brota de la tierra,
de cada terraplén pende una horca
cada charca
La desatada lengua
de una urna, bebedora de luna,
no para ser sondada
por el ojo desnudo.
(Traducción de Margarita Ardanaz)
El poeta de la tierra, esa “mantequilla negra” donde viven los mitos, era un convencido del poder del arte, del influjo de la poesía, es decir, de su responsabilidad. La poesía no cambia las cosas pero puede cambiar la forma en que vemos las cosas. “Cuando un poema rima, cuando una forma se genera a sí misma, cuando la métrica provoca que la consciencia adquiera una nueva postura, se coloca ya del lado de la vida. Cuando una rima sorprende y extiende los relaciones fijas entre las palabras, eso, en sí mismo, es una rebelión contra la necesidad.” En la poesía radica una esperanza: una metáfora es una posibilidad de paz en tiempos violentos. Como Jesucristo impidió el linchamiento de Magdalena escribiendo en la arena, dice Heaney, el poeta nos salva de la obsesión del momento. La poesía es asombro y pausa, un reflector a la totalidad de lo que sabemos o lo que ignoramos.
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