El presidente Nicolás Maduro ha creado el órgano político de la felicidad. Ya existe en Venezuela un Viceministerio para la Suprema Felicidad del Pueblo. Se trata, por supuesto, de un homenaje a Hugo Chávez. El presidente venezolano ha concebido la oficina como una especie de escalera de gratitud al más allá: las misiones sociales que el Viceministerio coordinará serán llevadas “al cielo en agradecimiento a Hugo Chávez.” Venezuela, se dispone a ser la segunda necrocracia en el mundo. A Chávez se le ha definido ya como Líder Eterno. No es que sea simplemente una inspiración para el gobierno de Maduro, el sucesor se considera emisario de un inmortal que a veces se transforma en pajarito. Por eso el presidente venezolano duerme con frecuencia, según reveló recientemente, al lado de la tumba de Chávez. Por las noches, junto a los sabios huesos del eterno líder, reflexiona.
Viceministerio para la Felicidad: una dependencia gubernamental para proveer, desde el Estado, lo intransferible. Dedicar la política pública a conquistar lo accidental. Eso y no otra cosa es la felicidad: un accidente personal, grato, fugaz. El Estado es el más inútil de cuanto agente de felicidad pueda imaginarse. Qué feliz soy ahora que hay ministerio de la felicidad, se burlan los venezolanos. Alcanzar la felicidad por decreto; lucir radiante por obra del Estado; ser feliz como un deber de patriotismo. La infelicidad no será ya solamente una desdicha, sino un ingratitud al otro Eterno. Lo sabrán los revolucionarios desde ahora: ofende al Inmortal quien entristezca. Tal vez la oficina venezolana sea una de las instituciones más ridículas en la historia del absurdo político. El necrochavismo rinde un involuntario homenaje al gabinete de Orwell. A sus Ministerios de la Verdad, del Amor, de la Paz y de la Abundancia, habría que agregar ahora el Ministerio de la Felicidad.
Hay que decir que el ridículo chavista no es, sin embargo, exótico. Es más bien, reflejo de la moda. Tal parece que se esboza en nuestros tiempos un consenso por ubicar la felicidad no solamente como un deber personal sino como la verdadera misión de la política y de la economía. La acción gubernamental habrá de obsequiarnos, en su infinita bondad, el éxito profesional, la estabilidad familiar, el entendimiento conyugal, la salud, la satisfacción moral, el disfrute de la naturaleza, las delicias eróticas. La política nos entregará un regalo precioso: gracias a ella sentiremos la alegría de vivir. Por la sabia actuación del poder público despertaremos con una inmensa sonrisa en los labios y nos iremos plenamente satisfechos a dormir por las noches. Decía que hay algo muy contemporáneo en el risible viceministerio porque desde hace un tiempo la felicidad se ha convertido en una industria académica y en alimento cotidiano del discurso público. Hay instituciones empeñadas en medir la felicidad, como si ésta fuera mensurable. Hoy amanecí 28% más feliz que ayer pero 14% menos feliz que mi vecino. El barrio está detenido desde hace dos meses en su Índice de Felicidad Integral. Parecerá broma pero hay economistas que se empeñan en la contabilidad. Alguno seguramente se ofenderá al enterarse de que esa necedad aritmética se pone en entredicho. Hay muchos papers que documentan nuestra metodología, responderán… Gobiernos como el británico han adoptado la muy francesa idea de medir la felicidad y usar el índice para orientar la política pública. Dejemos de hablar del Producto Interno Bruto, midamos ahora la Felicidad Interna. ¿Qué importa nuestra miseria si somos tan felices?
Estas ingenierías de felicidad colectiva corresponden al ensanchamiento del poder público. Un Estado tan potente que resulta antidepresivo. Los jacobinos franceses pensaron que estaban fundando la felicidad. La revolución no era origen de la justicia o el bienestar: era la partera de la felicidad humana. Por eso Saint-Just llegó a decir que la idea de la felicidad era una idea nueva en Europa. La abolición de la religión para el marxismo significaría el fin de la felicidad ilusoria y la fundación de la felicidad real. No necesitaremos ya el opio aquel: seremos auténticamente felices. Uno de los títulos de Stalin era precisamente “jardinero de la felicidad humana.”
Es necesario escapar de la cárcel de una libertad obligatoria. Darle la bienvenida cuando aparezca y saberla soltar cuando nos abandona. Reconciliarse con la desdicha, disculpar nuestros tropiezos, aceptar las visitas de la tristeza. Ser feliz es, desde luego, un derecho. No puede ser una obligación y mucho menos, un decreto del poder público. La felicidad pertenece a la órbita privada y debe permanecer ahí. No sería aceptable una definición imperativa, aplicable a todo mundo. Al poder público corresponde, por supuesto, la defensa del interés común, pero nunca definir la ruta de la felicidad ni proclamar su sentido verdadero. “El objetivo de la política no es la felicidad sino la libertad”, dijo Cornelius Castoriadis hace casi 20 años. Sigue teniendo razón.
Bueno, Don Jesús siempre se ha fijado en eso, recuerdo una caricatura cuando fue a ofrecer a EEUU venta del país con trastos con enseres domésticos, para tener felicidad en México.
Publicado por: ana | 28/10/2013 en 09:31 a.m.
Tal vez en Venezuela haya pronto un ministerio la promoción de series televisivas norteamericanas. Maduro debe estar viendo "Parks and recreations".
Publicado por: Miguel A. Osuna Ulloa | 28/10/2013 en 11:41 a.m.
La belleza de un país que prioritiza la felicidad sobre el producto interno es que todo se reduce a las notas técnicas y datos que no se pueden corroborar contra otros estudios... Definitivamente suena a la Venezuela de Chávez.
Publicado por: Alteriego | 28/10/2013 en 11:58 a.m.
Lo que no sabes es que la felicidad será la plataforma elecotral de uno de los precandidatos del PAN a la presidencia en el 2018, parea lo cual ya se trabaja en la organización de un movimiento social, con base a los principios supremnos del "corazón", pero sobre todo aprendiendo a sacar "de dentro" lo mejor de nosotros. Los problemas, los grandes problema, los que requieren de antención inmediata, no están afuera, en el espacio p{ublico, sino dentro de nosotros mismos. Para acabar pronto, el problema "somos nosotros". No la mala politica. Todo, claro, al amparo de la adminsitración pública. Así es que no será nada extraño que muy pronto se presenten iniciativas de ley para legislar en materia de felicidad, y de una vez por todas, salgamos del pozo de las inmundicias en el que hemos caídos por la infelicidad que nos roé por dentro y nos impide la prosperidad
Publicado por: Ociel Mora | 28/10/2013 en 02:58 p.m.
Estimado Jesús,
Van algunas breves reflexiones motivadas por tu artículo de ayer en Reforma, advirtiendo, desde un inicio, que quienes esto escriben llevan ya algún tiempo tratando de comprender la compleja y a veces paradójica relación entre felicidad (preferimos bienestar subjetivo) y la política pública.
Sin duda es atendible la crítica contra la creación del Viceministerio de la Suprema Felicidad por Nicolás Maduro: un franco despropósito con rasgos asistencialistas y populistas. Pero también es equivocado asumir que los temas son, en sí, responsables de la manipulación que los gobiernos hacen de ellos. En nombre de la libertad o la igualdad se han cometido muchas atrocidades pero muy pocos propondrían cancelar su estudio y análisis por tal motivo. Es descabellado suponer que los académicos y especialistas que buscan proponer políticas públicas atentas a la felicidad (al bienestar subjetivo, en realidad, del que aquella es sólo uno de sus componentes), pretendan prescribirla. La educación no puede ser impuesta a ningún adulto, a pesar de los beneficios conocidos que ésta reporta, pero eso no implica que se erradique cualquier política que la incentive, justo por sus positivos efectos sociales e individuales. Por otro lado, lo privado, o lo subjetivo, también es (¿debe ser?) factible de atención pública en algunas circunstancias: por eso se reconocen los matrimonios según diversidades sexuales o se atiende el dolor de las victimas de una violación. Las políticas públicas pueden fomentar condiciones para incrementar las capacidades y oportunidades que las personas tengan a su alcance para ampliar su experiencia directa de bienestar. Quizás por eso hacemos parques, aunque nadie está obligado a visitarlos.
Si bien la felicidad puede entenderse como el producto de las circunstancias, como se sugiere en tu artículo, bastante ha avanzado la psicología, las neurociencias y en lustros recientes las ciencias sociales para medir la felicidad, el balance afectivo, la satisfacción vital. La precisión con la que se miden estos aspectos del bienestar subjetivo aún serán perfectibles, pero nada tienen que envidiarle a la medición de otros temas.
¿Debería el Estado promover la felicidad de los ciudadanos? Quizá no, pero lo que no se puede negar es que el actuar de aquel afecta las condiciones de satisfacción vital de éstos, se lo proponga o no. Vale decir también que entre los especialistas no hay consenso sobre que el Estado deba buscar que todos sean felices como su principal faro de acción, aunque históricamente, filósofos clásicos han sugerido precisamente eso (Aristóteles y Jeremy Bentham, por citar dos casos).
Hay mucho más que se puede argumentar sobre el tema, pero quizá sólo habría que decir, aquí, por último, por ahora, que la felicidad no debe ser vista (ni medida, ni analizada) como un estado de mansedumbre, ese "estado ovino de armonía", como lo llama Ludolfo Paramio, sino como el resultado de un balance entre logros, fracasos, acceso a oportunidades, desarrollo de capacidades o reducción de riesgos sociales, factores en los que la política pública mucho incide y se espera que lo haga.
Saludos.
René Millán (renem@sociales.unam.mx)
Roberto Castellanos (castellanos@comunidad.unam.mx / @robcastellanos)
Publicado por: René Millán y Roberto Castellanos | 29/10/2013 en 09:25 a.m.
Estimado Jesús,
En relación con el artículo sobre la felicidad, que publica en "El Reforma", con gusto le sugiero la lectura de mi libro del tema que pudiera ser de su interés:
"Felicidad, plenitud de la vida auténtica. Henchida sobre todo de amor y de belleza"
Puede pedirlo en línea a la distribuidora de la Editorial Académica Española, en: www.morebooks.es
www.get-morebooks.com
Saludos cordiales, Margarita
Publicado por: MARGARITA CAMARENA | 31/10/2013 en 01:32 p.m.