Henry Petroski es un notable biógrafo de nuestras herramientas. Entre sus libros se encuentra una interesantísima historia del lápiz
, un catálogo de inventos útiles
y una reflexión sobre los beneficios del fracaso
. Este historiador del diseño y la ingeniería lanza ahora un juicio apresurado sobre el libro. Se trata, a su entender, de artefactos anclados en un diseño de hace casi dos milenios, a los que nos aferramos por razones meramente sentimentales. Los libros empastados son--eso dice él--uno de los dispositivos tecnológicos más inconvenientes que se usan hoy en día. En un artículo publicado en la revista Metropolis apunta que, a pesar de los avances en diseño y producción, los libros son objetos difíciles de sostener y usar y a veces, hostiles a la lectura. Si los libros perduran es por costumbre.
Valdría la pena que el afamado ingeniero leyera "La superación tecnológica del libro" del también ingeniero Gabriel Zaid. Los libros pueden ser deseados como fetiches, como obras de arte, como hermosas piezas de colección. Se le puede acariciar y oler. Pero son también admirables piezas tecnológicas, maravillosos artefactos de ingeniería. Gabriel Zaid no ve cerca los funerales del libro. Los libros pueden ser hojeados, lo cual posibilita ir hacia delante y hacia atrás en la lectura. El paso de las hojas permite un vistazo veloz o la concentración inmediata en una pasaje del libro. El libro permite ser leído al paso que marca el lector. Los libros son, además, objetos portátiles que no requieren cita previa y que son relativamente baratos. (GZ, Crítica del mundo cultural, México, El Colegio Nacional, 1999).
Zaid apunta como una de las ventajas del libro el hecho de que no requiere instructivo. No piensa lo mismo este monje que extraña la vieja tecnología :
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