En un ensayo sobre el tiempo y el totalitarismo, Václav Havel contaba la historia de un amigo suyo que había sido condenado a varios años de cárcel. Era asmático y lo habían encerrado en una celda repleta de fumadores. Pedía que lo cambiaran de calabozo pero nadie atendía sus solicitudes. Enterado de la situación, una amiga llamó al corresponsal de un diario extranjero para pedirle que divulgara la condición del preso y generar una presión internacional. “Llámenme cuando el hombre haya muerto,” le dijo el reportero. Si el preso no ha muerto a nadie le interesará. Cuando muera habrá nota. Los periódicos necesitan una historia. El asma no es una historia, pero la muerte puede serlo.
Eso pasa en Checoslovaquia, decía el disidente Havel en abril de 1987: somos los asmáticos que a nadie le importan. Tosemos pero, como no hemos muerto, nadie presta atención. Los campos de concentración de hace unas décadas fueron remplazados por las rutinarias ordenanzas de los burócratas. En el inalterable imperio de las oficinas ya no es necesario matar a nadie ni cantar la gloria de la inminente utopía. Impera un descomunal rodillo de manipulación que cauteriza la voluntad del individuo. No hay historia que contar porque el régimen parece haber embargado la historia. El totalitarismo es el enemigo de la historia vivida como aventura; la historia entendida como un cuento donde se entrelazan el azar y la responsabilidad, el hombre y la circunstancia. Todo cuento comienza con un evento, advierte el dramaturgo. Para que el cuento empiece, un acontecimiento debe entrar en tensión con la expectativa. Una lógica choca con otra. Basta un dinosaurio al despertar para que el cuento aparezca. El cuento se desarrolla a partir de una fricción: se enfrentan dos versiones del mismo hecho, contrastan tradiciones, se enredan las pasiones enemigas, se desinflan las suposiciones. Un juego entre lo conocido y lo sorprendente. Por eso, el misterio es una dimensión tan esencial en la historia como en cualquier relato. El totalitarismo es el enemigo de la historia, el enemigo del cuento. Su fundamento es la eliminación de todo enigma. Confía en una verdad, en una racionalidad, en el supremo agente del tiempo. Por ello, bajo ese guion sin secretos, la vida pública deja de ser el espacio para el diálogo de argumentos, verdades, voluntades, intereses y se convierte en el puntual cumplimiento de lo predicho. En tal mundo el misterio ha sido suprimido. Ninguna historia puede crecer ahí. Hasta la muerte del asmático resultaría una trivialidad en el libro de los misterios resueltos. La historia en el totalitarismo es suplantada por la perfecta circularidad del calendario: repetición de aniversarios, regulares ceremonias sin sentido. “El poder totalitario imprimió un orden burocrático al desorden viviente de la historia, anestesiándola efectivamente. En cierto sentido, el gobierno confiscó el tiempo.” El totalitarismo es la esterilización de la historia: pulido pavimento de aridez.
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