Carol Blue, viuda de Christopher Hitchens, escribió un postfacio a sus notas de enfermedad y muerte que serán publicadas el próximo martes. El Telegraph adelanta un fragmento.
El pasado 20 de abril Christopher Hitchens habría cumplido 63. Para recordarlo, Vanity Fair organizó una ceremonia con sus amigos y admiradores. Hablaron Stephen Fry, Martin Amis, Salman Rushdie, Ian McEwan, Tom Stoppard, Christopher Buckley, Olivia Wilde, Sean Penn, Padma Lakshmi, Carl Bernstein, Tina Brown, Jason Sudeikis, David Remnick y su hermano Peter.
Segunda parte, tercera y cuarta.
En el programa de Charlie Rose, hablaron de él Salman Rushdie, Ian McEwan, Martin Amis y James Fenton.
Lo que para Orwell fue la guerra civil española, para Hitchens fue la fatwa que condenaba a muerte a Salman Rushdie. La orden de la teocracia lo marcó definitivamente para identificar una nueva fuerza totalitaria en el mundo que encontraba amplios respaldos en la izquierda norteamericana y europea. De ahí nació una amistad estrechísima entre el crítico y el novelista condenado. Salman Rushdie publica en la edición reciente de Vanity Fair un testimonio de su amistad que conozco gracias a @julioflomar. De pronto nos dimos cuenta de que amábamos y detestábamos lo mismo--y con la misma intensidad. Rushdie recerda el último cumpleaños de Hitchens. Entonces pudo sacarse una foto que se convirtió en uno de sus tesoros: Rushdie y dos Voltaires.
Vanity Fair acaba de publicar el último artículo que Hitchens enviara a la revista: una lectura de Charles Dickens y, sobre todo, un homenaje al poder de su pluma. La reseña da muestra de que la corpulencia del polemista se ejercitó, sobre todo, en la crítica literaria. El enemigo de lo totalitario no fundaba sus convicciones en ninguna teoría, sino en la gimnasia de la lectura. Su rechazo al Libro brotaba de su amor por las letras.
José Antonio Aguilar publica ayer en "El ángel" de Reforma, una nota sobre Hitchens como intelectual. Aguilar Rivera lo ve como "emblema de una generación intelectual que nació en la posguerra, creyó en la Gran Utopía, se desengañó de ella y buscó una brújula en el mar confuso del siglo XXI." En el New York Times se publica un artículo de John Williams sobre Hitchens como crítico literario. Y un video de Sam Tanenhaus, editor del suplemento de libros del NYT.
En el blog de Genaro Lozano encuentro esta entrevista con Hitchens cuando presentaba sus Cartas a un joven disidente.
Mucho se ha escrito en estos días sobre Hitchens. Destacaría los recuerdos de Ian McEwan, Richard Dawkins, James Fenton, Peter Hitchens, Julian Barnes, Timothy Garton Ash, Alexander Cockburn, Simon Schama, Christopher Buckley, Stephen Fry, Andrew Sullivan, Benjamin Schwarz, Norman Geras. The Economist da buen título a su obituario: "The Struggle Against Bullshit." Katha Pollitt escribe sobre (y contra Hitchens) y resalta lo que considera su misoginia. Juan Pardinas escribió sobre él en el Reforma y Bruno Piché responde por qué importa Hitchens.
En una mañana de junio del año pasado, Christopher Hitchens sintió el primer mordisco de la muerte. Despertó como si estuviera encadenado a su propio cadáver: vaciada la caverna del pecho, la sentía rellena de un cemento duro y sin vida. Era el anuncio de que su viaje final había comenzado. Bueno, empezó en silencio mucho antes, pero ahora era ya el último tramo. Los doctores no lo engañaron con esperanzas: celebraría un cumpleaños más, si acaso, dos. Su primer reflejo fue la negación: seguir su vida como si nada, retomar las rutinas y hacer como si no hubiera escuchado el aviso del cáncer ni conociera los territorios que ya había conquistado en su cuerpo. No sintió rabia ni se hundió en la depresión. Si le hubiera preguntado al universo, ¿por qué yo?, el cosmos habría respondido, ¿y por qué no? El polemista no podía darse el lujo de consolarse con el engaño. No se recriminaba. Es cierto que pudo haber invitado a la muerte fumando hasta en la regadera pero tampoco se lamentaba de sus años. Prendí la vela desde ambas puntas, decía. La luz ha valido la pena. La sensación que lo ocupaba era, más bien, la tristeza, la pena de no asistir a la boda de sus hijos ni poder leer el obituario de Henry Kissinger.
Recorrió el último trayecto de la única manera que sabía vivir: conectando las expresiones de su pasión vital: pensando, hablando, escribiendo. Para Hitchens vivir era combatir. Respirar fue para él dar guerra con las armas de la inteligencia independiente. Vivir es vivir contra todo lo que nos amenaza, contra todo lo que nos engaña. En ningún hombre de nuestro tiempo ha latido el espíritu de controversia como en él. Con Hitchens, muere el mayor polemista de nuestro tiempo. Enemigo de Dios y los correctos; de la Madre Teresa y de todos los fascismos; de los Clinton y los bien pensantes. Cazador de charlatanes, exhibidor de idiotas, aguafiestas de intensos entusiasmos. Un hombre constituido para la discusión. Pónganme en una mesa con un cenicero y una botella de whisky. Colóquenme a alguien en frente y estoy preparado para tomar la posición contraria y sostenerla hasta batir a mi adversario. Nadar sólo si es contra la corriente, respirar riñendo con el aire, caminar siempre cuesta arriba. En la gira por los Estados Unidos para presentar su brillante manifiesto ateo pidió que en cada plaza se convocara a algún líder religioso, a un sacerdote, a un rabino, un imán. No quería presentar su libro en sociedad, quería que sus argumentos enfrentaran a su contrario. Así, la gira no era una fiesta de elogios sino un torneo. Competencia en la que siempre lograba imponer su inteligencia, su lucidez, su veneno. Si tienes oportunidad de discutir con Hitchens, advertía su admirador Richard Dawkins, no lo hagas.
Martin Amis, en el cariñoso prólogo que preparó a uno de sus libros recientes, recordaba a Nabokov quien era incapaz de encontrar naturalmente la elocuencia. Sólo en la escritura conseguía la expresión. El novelista reconocía que sus entrevistas eran un desastre y sus conferencias insoportablemente aburridas. Explicando su torpeza, decía que pensaba como un genio, que escribía como un autor talentoso y hablaba como un niño. Amis cree que lo contrario puede decirse de Hitchens. Pensaba como un niño, escribía con brillantez pero hablaba como genio. Una computadora que recupera ba citas, datos y pasajes de la nutrida biblioteca de su memoria para disparar argumentos, réplicas y burlas a la velocidad de la luz. Ahí, en la combustión de la elocuencia espontánea, salía a flote el gran artista de la rivalidad. En Hitchens, la polémica encuentra su sitio como una de las bellas artes. Arte de fuerza y sutileza, destreza de memoria e imaginación; artillería de palabras que depende del oído; deporte de precisión y contundencia. Retórica del combate: demostración e ironía, agria lógica. Hitchens era implacable, irrespetuoso, demoledor, despiadado, corrosivo, insultante, desfachatado. Nadie lo acusó de compasivo.
Es cierto lo que dice Martin Amis. El genio de la polémica fue más un hombre de convicciones que de ideas. Su pensamiento no dejó de ser nunca binario, elemental: ideológicamente infantil. A pesar de su extraordinario refinamiento, de su organizada biblioteca, de esa agilidad de la imaginación que le permitía conectar lecturas y experiencias en un instante, Hitchens fue una inteligencia política elemental. Se ha subrayado mucho su mudanza ideológica: en su juventud fue voluntario en la Cuba revolucionaria, en su madurez defendió la guerra de Bush hasta el final. El recorrido que revelan estas estaciones habrá sido largo pero lo marca una persuasión idéntica y el mismo ánimo beligerante. Hitchens no dejó de ser un trotskista: creía que la historia, tarde o temprano, resolvería las disputas del hombre y le daría la razón a la razón.
Cada artículo, cada diatriba, cada polémica, cada reseña de Hitchens celebraba la inteligencia vital. Demostró el doble valor del crítico. La valentía que el pensar honesto exige, el mérito de la lucidez. Ya hace falta.
El semanario The Newstateman ha encargado a Richard Dawkins su edición de navidad. El biólogo escribe también un artículo en el que critica el apoyo fiscal del gobierno inglés a las escuelas religiosas. Dawkins insiste en que el Estado no puede respaldar lo que considera un abuso a los niños. El contenido no está aún disponible pero puede verse en la portada una entrevista con Hitchens y un defensa de los cuentos de hadas escrita por Philip Pullman. La revista lleva claramente el sello de Dawkins y contrasta con la edición que en junio la revista encargó al obispo de Canterbury. Interesante tradición, la del editor invitado.
Al presentar hace unos años su libro de memorias, Christopher Hitchens insistía en la convicción de que quería morir con plena conciencia: percatarse de la extinción de su propia vida, acercarse al último momento y desafiarlo con plena curiosidad. En la adelantada edición de enero de Vanity Fair se publica una conmovedora entrega del crítico donde observa la enfermedad como una gravísima prueba de voluntad. Rebate el dicho de Nietzsche: "Lo que no te mata te fortalece." La medicina que ha tomado no lo ha matado pero lo ha debilitado al punto de disolver casi su personalidad. Hitchens describe con su elocuencia el dolor del cáncer y del tratamiento. Se pregunta si habría elegido la medicación de saber el sufrimiento que le causarían. Si se aferra a la vida es por el artículo que, con dificultad, logra teclear. Siento que mi identidad se disuelve al perder los conductos que me permiten pensar y escribir.
John Gray recuerda las palabras de Leon Trotsky seis meses antes de ser asesinado: Moriré como un revolucionario proletario, como un marxista, como un ateo." Gray trae a cuento estas palabras para hablar de Christopher Hitchens, el intelectual que cree que es tenacidad heroica el aferrarse a una causa con independencia de sus consecuencias. Un hombre de fe dispuesto a cerrar los ojos ante cualquier cosa que contradiga sus prejuicios. Gray comenta Arguably, el nuevo libro de Hitchens. Celebra su combate pero también registra su credulidad: los hombres de fe, apunta, suelen tener clara conciencia de sus dudas. De cualquier modo, Hitchens es uno de los grandes escritores vivos de la prosa inglesa, dice Gray. Arguably es el testamento de una mente prodigiosa. A pesar de sus tropiezos ideológicos, es un formidable defensor de la verdad.
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