Yo Yo Ma ha coordinado desde hace algunos años el Proyecto de la ruta de seda, fusionando la música de Oriente y de Occidente. En marzo pasado estrenó esta pieza del compositor iraní Kayhan Kalhor en recuerdo de la masacre de Halajba, en la frontera de Irán e Irak, hace unos 24 años. El compositor habla aquí de su pieza.
Una nota sobre esta pieza de John Adams, aquí.
Se dice todo el tiempo que la música y la poesía son hermanas pero ¿dónde está la clave de su hermandad? Se lo pregunta el gran poeta norteamericano Robert Pinsky, quien desde hace tiempo lee su poesía acompañado de un grupo de jazz. Aquí escribe sobre la musicalidad de la poesía. Su lectura al lado de la música es demostración de algo que ya está en el poema, dice Pinsky: no suplanta nada, muestra su naturaleza. Temas separados de mi vida se integran. Aquí puede vérsele leyendo su poema: Canción del Samurai.
"No necesito que el sonido me hable."
A propósito de la visita de Hu a Washington, la primera escena de la ópera de John Adams:
Alfred Brendel ha dejado los conciertos. Desde hace tiempo, el gran pianista no se pone traje de pingüino para tocar las grandes sonatas del repertorio clásico en las salas más famosas del mundo. Se ha concentrado en la literatura; ha publicado ensayos, libros de poesía
y dicta conferencias. Harold Pinter, al descubrirlo como poeta, dijo: “los mismos dedos creando un nuevo sonido.” Entre sus poemas aparece éste que me atrevo a traducir, a pesar de que ya ha brincado del alemán al inglés.
Somos el gallo y la gallina
Somos también los pollitos¿y qué hay del huevo?
¿quién es el huevo?
SOMOS EL HUEVO
la yema tanto como la claraMás aún:
somos el zorro
que se zampa a las gallinas.
¡Carajo!Somos todo!
Gallo, gallina, pollo, huevo y zorro. Todo eso somos.
Apartado de las salas de conciertos, Brendel empieza a frecuentar ahora las salas de conferencias. Tiene ya programada una buena serie de charlas en universidades de Estados Unidos en donde hablará sobre el humor en la música clásica. El lunes lo pude escuchar hablando de este tema en una pequeña sala de la Universidad de Nueva York. Un Brendel descorbatado se sienta al piano intercalando la lectura de un ensayo admirablemente compuesto con ejemplos al teclado. A decir verdad, la idea no es nueva en Brendel. Ya había publicado un ensayo sobre el tema en un volumen que se recogió para homenaje de su gran amigo Isaiah Berlin. Vale recordar que, en los funerales del gran biógrafo de las ideas tocó precisamente Brendel el andantino de la sonata en La Mayor, de Schubert.
Brendel, quien respondió un cuestionario declarando que su ocupación era reír, se pregunta en su conferencia: ¿tiene que ser enteramente seria la música clásica? Por supuesto que no, contesta Brendel y examina, frente al piano, distintas piezas que mueven a la risa. ¿Por qué nos llaman a reir? ¿Qué hace que un lenguaje sin palabras resulte gracioso? El pianista convertido en conferenciante se ha adentrado como pocos a la estructura de las piezas que interpeta. Sabe bien que, si el auditorio no se ríe al final de tal pieza, la ha interpretado mal o la sala está durmiendo. Trae a la conversación cartas y estudios sobre las sonatas de Haydn y toca fragmentos de las variaciones Diabelli de Beethoven.
Alfred Brendel, admirador del dadaísmo, coleccionista de máscaras antiguas y de erratas en los diarios, cita en su conferencia a Jean Paul Richter, para quien el humor es lo “sublime en reversa.” El pianista subraya en la interpetación y en la gesticulación, las líneas que tienen un claro efecto cómico. Rasguños al orden perfecto de una pieza. Giros de ironía sobre la monumentalidad músical. Cambios que rompen las expectativas del oyente con un cambio súbito de tonalidad. Exageraciones que transforman la música en caricatura. Burlas sonoras. Fraseos que contrastan personajes musicales. Hay piezas que no pueden empezar a tocarse con el seño fruncido, como si se estuviera tocando al solemne de Chopin, dice. Y hay piezas que no merecen al final la corona del aplauso sino la recompensa de la carcajada.
Narrativa autobiográfica en la que suele aparecer un bar, alguna amante, un coche y música. Una columna de desplantes, declaraciones y anécdotas. Pero también hay poemas como “El genio de la multitud” del que capturo unas líneas, de la versión de Hernán Bravo Varela:
cuidado con los predicadores
cuidado con los conocedores
cuidado con aquellos que siempre están leyendo libros
cuidado con aquellos que
odian la pobreza
o los enorgullece
cuidado con aquellos que elogian de buenas a primera
porque a la vuelta buscan el elogio
cuidado con aquellos que censuran de buenas a primeras
le tienen miedo a lo que desconocen
cuidado con aquellos que están en busca de fieles multitudes porque
solos son nada.
La bestia, muerta en 1994, ha encontrado a su bella en Ute Lemper, quien dedica a su poesía su trabajo más reciente. En The Bukowski Project, la reina del cabaret de Weimar, intérprete de Brecht y Kurt Weill, de Michael Nyman
y Tom Waits, lo lee, lo canta, lo personifica. Podría decirse que la brusquedad de las palabras sin ritmo y sin rima contrasta con el glamour, con la helada elegancia de la cantante, pero, en realidad, hay una conexión natural entre su repertorio y la escritura de este maldito. Ute Lemper se ha concentrado en la tradición sombría del cabaret francés y alemán. No la canción hermosa y armónica, sino esa que está llena de veneno y disonancias. Ese arte que los nazis llamaron degenerado y que se atrevió a mostrar la hipocresía burguesa. Así se acerca teatralmente a Bukowski y a sus demonios. No es para todos leer o escribir poesía, decía él: hace falta mucha desesperación, mucha insatisfacción y mucha desilusión.
Parece, en efecto, un argumento de Dan Brown: durante milenios una obra a la vista de generaciones, encierra un secreto que es, finalmente, descifrado. Pero no es novela sino documento académico, al parecer, bien fundado. Jay Kennedy, un historiador de la ciencia ha releído la obra de Platón y ha encontrado un mensaje que no está en las metáforas ni en los argumentos sino en la métrica. Resulta que, según las investigaciones del detective, los diálogos se integran por líneas de 35 caracteres y cada obra se conforma con múltiplos de 12. La conjetura es, por supuesto, que no se trata de una casualidad sino de un mensaje oculto. El número 12 evoca musicalidad, según Kennedy, recordando la notación de los pitagóricos. Consonancias y disonancias agrupadas matemáticamente. A Leo Strauss, autor de Persecution and the Art of Writing
, la idea le habría resultado fascinante: el sabio oculta su mensaje verdadero a sus contemporáneos para que la posteridad la descubra.
El mensaje habría estado cifrado por su carácter subversivo: en la música de las matemáticas está la clave del universo, no en las órdenes del Olimpo.
David Byrne reflexiona aquí sobre la conexión entre el espacio y la composición musical:
Últimos comentarios